martes, 28 de febrero de 2012

Los que generan millones

Uno de los ejemplos más típicos que se enseñan para analizar la Historia con profundidad, es el del desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial. La guerra comenzó como consecuencia del atentado ocurrido en Sarajevo en 1914, en el que murieron el Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa. Ahora bien, es evidente que este asesinato, por sí mismo, jamás hubiera provocado una guerra tan enorme si no se hubieran juntado muchas circunstancias adicionales. Las grandes potencias europeas ya tramaban una guerra desde hacía tiempo, y habían tejido sus alianzas y planificado sus estrategias. El disparo del terrorista Gravilo Princip sólo fue, en realidad, la mecha que encendió un enorme polvorín. Sería absurdo, por tanto, culpar a este nacionalista serbio de las muertes de tantos millones de hombres.

Siempre me acuerdo de ese ejemplo cuando los actuales defensores de la economía capitalista se deshacen en alabanzas hacia los emprendedores diciendo que "crean" empleo, los que justifican el sueldo de grandes directivos afirmando que "generan" millones a sus empresas. Lo mismo se dice de futbolistas, actores, y de muchos otros personajes cuyos ingresos, escandalosamente abultados, son ya algo más que un insulto en estos tiempos que corren.

No hay tal cosa. Nadie genera millones. Nadie. Del mismo modo que Princip no provocó millones de muertos. Cada cosa que uno de nosotros hace, puede quedar amplificada por las circunstancias, y eso crea el efecto de que somos nosotros quienes movemos montañas, pero no es así. Es nuestro entorno quien las mueve.

Esto es fácil de ver con los famosos. ¿Recordamos a aquella curiosa generación de famosillos de OT? A Bisbal, Rosa, Chenoa... En su momento eran estrellas, y aparentemente generaban millones. ¿Dónde están ahora todos ellos? Excepto Bisbal, que creo que aún mantiene una cierta actividad (ya muy pequeña respecto a lo que fue) es resto está desaparecido, o casi. Pero, ¿acaso no son más o menos las mismas personas? ¿Han perdido acaso la voz o han sufrido algún cambio radical que les impida hacer lo que hacían? No. Simplemente ocurre que han cambiado las circunstancias y que, al hacerlo, ha quedado patente que la fuente de fama y dinero no estaba en ellos mismos, sino en una fórmula que en su momento funcionó, y en todo un entramado mediático que les rodeaba. Una vez pasada de moda la fórmula y desmantelado el entramado, quedan desnudas sus simples cualidades personales, que poco pueden generar por sí solas.

La misma leyenda rodea a los grandes empresarios como Steve Jobs o Bill Gates. Algunos defienden que estos hombres generan millones de dólares y decenas de miles de puestos de trabajo. Pero más correctamente, habría que decir que toman decisiones que, gracias a que modifican un entorno adecuado, a que cuentan con los colaboradores adecuados y a muchas otras circunstancias, acaban generando dinero y puestos de trabajo para sus empresas. Pero es muy difícil decir qué parte corresponde realmente a la persona, y cual es en realidad producto de las circunstancias. ¿O acaso cuando sus compañías perdían dinero y empleados también eran ellos quienes creaban esta pobreza y este paro? Porque los defensores de los sueldos estratosféricos no suelen ser partidarios de que el responsable pague millones cuando hay pérdidas.

Nadie mueve montañas. Uno puede, si acaso, crear un alud a base de lanzar una bola de nieve por una montaña nevada; pero ese lanzamiento no serviría de nada ni provocaría apenas efecto, de no ser por las toneladas de nieve acumuladas en la montaña; toneladas que uno no ha creado: ya estaban ahí.

Imagen: http://derechoaleer.org/2011/08/efecto-leakymails-y-libertad-de-expresion.html

martes, 21 de febrero de 2012

Dos grandes problemas

Me hubiera gustado dejar a un lado la política, por unos meses, y seguir escribiendo sobre otros temas más cotidianos, como venía haciendo últimamente, para liberarme un poco de tanta seriedad y tanta mala leche que le sube a uno cuando piensa en la política de este país. Pero lo de Valencia merece al menos unas palabras.

No hace falta que ponga vídeos o imágenes de los sucesos de estos días, Internet está llena de ellos; y hablo de Internet y no de las televisiones y periódicos, porque asumo que el lector ya sabrá a estas alturas que los grandes medios de desinformación sólo sirven para difundir el mensaje que interesa a las mafias dirigentes, ya sea la que manda actualmente o a las que mandaron y ahora aguardan su momento para volver a mandar cuando les toque. Ninguna televisión o diario (de los grandes, claro) va a poner el grito en el cielo ni a llamar a las cosas por su nombre. Si acaso, las afines al PSOE se dedicarán a pedir alguna dimisión pepera, y a decir que esto con ellos no pasaba.

Pero no, no es sólo una cuestión de que tal o cual delegado del gobierno o jefe policial dimita. Se trata de que todo está tan extremadamente podrido que apenas se vislumbra la salvación. Porque no es ya que tal persona haya dado orden de atacar a unos estudiantes que se manifestaban por una causa justísima y que no estaban realizando nada que mereciese la violencia ejercida por los antidisturbios. Es leer que los políticos minimizan las agresiones policiales e incluso algunos, como Gallardón, se atreven a decir que hacer un discurso de equiparación entre la actuación policial y los comportamientos violentos sería devaluar la labor de los agentes. Es leer que la propia policía se autojustifica y, sin la más mínima sombra de autocrítica, ve perfectamente normal que sus agentes repartan palos a diestro y siniestro contra menores que no estaban agrediendo a nadie y a los que se les impide recibir una educación con dignidad en pleno siglo XXI. Y así podríamos seguir.

Pero lo triste de toda esta situación es que, como tantos otros problemas actuales, acaban en la misma reflexión: que la culpa la tenemos nosotros, los ciudadanos de este país. Y globalizo porque creo que todos formamos un país, ya sé que individualmente habrá ciudadanos (y me cuento entre ellos), que hacemos lo que podemos para que todo esto cambie. Pero somos una ridícula minoría.

Ya hace tiempo que digo que España tiene dos problemas. El primero son los aproximadamente 18 millones de personas que cada vez que hay unas votaciones (sean generales, autonómicas o lo que toque) se quedan en casa y no aportan algo para intentar cambiar el sistema. El segundo son los aproximadamente 18 millones de personas que sí van a votar, pero lo hacen votando a los de siempre (PP, PSOE y algunos otros partidos que forman parte de la gran mafia, como CiU o PNV). A estos dos problemas se le podría sumar un tercero que es la insufrible terquedad española, esa cabezonería tan nuestra, ese empeño de tener la razón o, incluso admitiendo que no se tiene, gritar que nos dejen en paz, que "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer" o que "hago lo que me sale de los cojones". Todo esto hace que sea muy difícil mover a esos 36 millones de personas de su postura. Y 36 millones son casi todo el país.

Por supuesto que no todos los ciudadanos somos así. Hay cientos de miles, quizás algún millón, que están muy concienciados, que buscan otras salidas y que creen que esto hay que cambiarlo. Pero aunque seamos bastantes como para llenar algunas manifestaciones aisladas, al final, nuestro peso es ínfimo comparado con la aplastante mayoría de la masa que se mueve por inercia.

Por eso, cuando veo las imágenes de Valencia, no puedo dejar de pensar que, aunque la responsabilidad inmediata de esa violencia es, en primer lugar, de los propios antidisturbios, y en segundo lugar de sus mandos políticos, al final, quien está detrás de los porrazos es la ciudadanía de este país. Somos nosotros quienes, a pesar de que sabíamos (o debíamos haber sabido) lo que nos esperaba, dejamos que sucediera. Dejamos que alcanzasen el poder quienes no iban a comportarse de otro modo. No lo decían en los mítines, claro, pero lo sabíamos. Y les dejamos llegar. Ahora nos horrorizamos ante la violencia de las calles valencianas, pero sólo durante unos segundos, para luego ponernos a charlar sobre los guiñoles franceses y cómo se meten con nuestros deportistas los cabrones de los gabachos. Eso hacemos nosotros, los hipócritas, ignorantes y patéticos ciudadanos españoles.

Imagen: http://www.burbuja.info/inmobiliaria/temas-calientes/284963-alternativa-al-sistema-actual-de-educacion.html

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Quién quiere casarse con mi hijo?

No soy nada aficionado a los realities. De hecho los detesto bastante, aunque tampoco me molestan especialmente, puesto que hace años que adopté la sana costumbre de ver muy poca televisión, a menudo ninguna. Creo que jamás he llegado a ver un capítulo de Gran Hermano, ni de OT, ni de esa que sacaron luego en la que llevaban a unos famosos a una isla. Pero confieso que a "¿Quién quiere casarse con mi hijo?" le encuentro una cierta gracia.

No me extenderé mucho explicando de qué va ni describiendo a los personajes. Para eso os recomiendo esta divertida descripción que ofrece Guillermo López. Me centraré sólo en dar mi opinión.

Como todos los realities, hay momentos en los que produce verdadera vergüenza ajena. Incluso hay ocasiones (sobre todo en casa del infórmatico virgen) en los que incluso da algo de mal rollo. Contemplar algunas de las miserias de la gente no es gracioso. Ahora bien, tiene momentazos que bien pueden provocarte unas buenas risas. Vayamos por partes.

Los menos interesantes para mí son el stripper de Girona y el estudiante valenciano. Típicos chulos de discoteca, cuyo máximo objetivo es cepillarse al mayor número de concursantes posible, y acabar quedándose con la que tenga las tetas más gordas. Los clásicos musculitos que, independientemente de sus estudios (el stripper se supone que es químico), adoptan la clásica pose chuloputesca que, aunque graciosa por momentos, en general carga mucho. Sus pretendientes son, en su mayoría, las parejas lógicas para ellos: putillas de discoteca sin clase y muy escaso nivel intelectual, si bien entre alguna de ellas se cuela alguna inocentona que se cree que estos tipos son maravillosos y aún es capaz de tragarse sus trolas. Impactante, por ejemplo, el momento en que el stripper se las da de romántico en su paseo con su preferida, y ésta se lo traga todo, hasta el punto de decepcionarse luego cuando, por la noche, intenta cepillarse a la ex-actriz porno. ¿Es posible ser tan cortita? Algo parecido hizo la primera pretendiente del valenciano, cuya inocencia es casi tan grande como sus tetas.

Evidentemente, en estos programas hay mucha pose. A buen seguro que quienes lo dirigen presionan a los concursantes para que se metan en el papel y la líen lo máximo posible. En algunos casos se nota bastante esa postura algo forzada, pero en cualquier caso es recomendable olvidarlo un poco e intentar meterse en la historia, así te ríes mucho más. Pero pasemos al resto de concursantes.

El mejor de todos, y el más divertido para mí, es el abogado y cantante de ópera. Sólo por él y su madre, vale la pena ver el programa. De hecho, uno de los fallos de los productores es que se le da muy poco protagonismo, cuando sin duda es lo más original de la serie. Vaya momento, por ejemplo, cuando su madre pedía a las candidatas que fueran católicas, del PP y del Real Madrid. Es como una caricatura de lo que sería una típica familia facha. O cuando se lleva a tres de las aspirantes (una de las cuales es italiana y otra brasileña) a una tienda de Madrid a probarse peinetas y mantillas. El hijo, mucho más abierto y desenfadado, forma una pareja genial con la rancia de su madre. De entre todas las pretendientes destaca la brasileña. El hombre la está manteniendo pese a la oposición frontal de su madre, que la ve fuera de su status social (la chica es mulata, con un hijo, y trabaja en la cocina de un restaurante). Creo que el hijo actúa con buen criterio, porque la chica sabe estar bastante bien, se comporta con cordura y modestia, habla sólo cuando es estrictamente necesario, y la veo más natural que a las otras. Me gusta incluso más que la belga, que es muy correcta, pero sosa.

En cuanto al joven informático virgen, la verdad es que es un personaje interesante, pero transmite algo de mal rollo su madre, no muy en sus cabales y francamente insoportable, así como el hecho de que se nota la vergüenza y los malos ratos del chaval y de alguna de sus chicas. La gótica daba un cierto colorido al tema, pero ahora que la han echado (yo creo que por presiones de los productores, que querrán evitar malos rollos con la madre y la abuela, y le han dicho al chaval que mejor la quite de enmedio), pues la verdad es que ha quedado muy triste la cuestión. Este es el personaje con el que el programa revela su lado más morboso y más puramente de reality.

Por último está el gay, que curiosamente es el más "normal" de todos. Tanto él como su madre son personas tan normales que apenas llaman la atención, y sólo el hecho de ser gay introduce un cierto interés. Hay momentos, como cuando un concursante acusa a otro de ser una "mariquita mala", o como cuando en el último capítulo le dijo a un compañero que no quería mojarse los pies al saltar del barco "venga, salta, no seas marica". Pero en general, no tiene tanta gracia.

Sólo vi el tercer capítulo y casi todo el primero. El segundo me lo perdí. Pero pienso ver el cuarto, y espero que mantenga el nivel. Vamos a aprovechar los momentos graciosos que aún nos depare, antes de que el querer exprimir demasiado la fórmula acabe transformándolo en un esperpento infumable, como suele pasar con todo lo que se hace en TV.

Imagen: http://www.zankyou.com/es/magazine/p/quien-quiere-casarse-con-mi-hijo-lujan-arguelles-la-celestina-de-cuatro-nos-cuenta-los-secretos-del-programa

lunes, 13 de febrero de 2012

Sobre lealtades e infidelidades

Comenzaré yendo al grano: No estoy a favor de la fidelidad. La respeto, pero me parece un lujo innecesario.

Defiendo el amor libre; siempre lo he defendido y me cuesta mucho creer que no vaya a morirme defendiéndolo. Es algo plenamente arraigado en mí, probablemente uno de mis principios más irrenunciables, el de que el amor debe poder sentirse libremente, sin que esté ligado a una sola persona. Pero estoy a favor de la lealtad. Este término, que a algunos les sonará extraño y casi como pasado de moda, no es sinónimo de fidelidad. Para nada.

Ser fiel a una persona (a una pareja, se entiende) significa no amar y sobre todo no tener sexo con ninguna otra. Es como ser fiel a una marca: si compras chocolate Nestlé y eres fiel a la marca, nunca comprarás Toblerone.

Ser leal significa no engañar. Si yo digo que haré A, pues hago A. No digo que haré A y después voy y, sin que se entere mi pareja, hago B.

Nótese que ambas cosas son muy distintas. De hecho, no tienen nada que ver. Yo puedo no tener sexo con otra persona que no sea mi pareja, pero engañarla en muchas cosas. Seré entonces fiel, pero no leal. Igualmente, puedo decirle francamente que me acuesto con otras personas. Seré entonces leal, pero no fiel.

Ser infiel y leal al mismo tiempo, me parece una situación óptima. Resulta difícil, porque no siempre la persona que está con nosotros va a aceptar la infidelidad, pero aquí es donde entra nuestra capacidad para ser sinceros y mostrarnos tal y como somos, dando así también a nuestra pareja la oportunidad de aceptarnos o de rechazarnos, según crea conveniente. Es un ejercicio de valor por ambas partes.

La lealtad es, para mí, un valor importante. Dice mucho de la nobleza de una persona. La fidelidad, me parece un capricho perfectamente prescindible, cuando no un inconveniente molesto, una presión gratuita. En realidad, no es más que una manifestación de celos, y una muestra de nuestro miedo; miedo a perder a nuestra pareja, a que encuentre a alguien que le gusta más. Y a mí esto me resulta muy exótico, porque incluso encontrar a alguien que te gusta más, no significa que vayas a dejar a la persona con la que estás ahora. Del mismo modo que uno no tiene un solo amigo, sino varios (aunque pueda haber siempre un "mejor amigo"), creo que en el amor esto también es posible. Incluso me atrevería a decir que en ocasiones puede ser positivo para la pareja, porque evita que las dos personas se centren demasiado la una en la otra; porque nos permite salir de vez en cuando de la monotonía y, de este modo, poder volver a ella más relajados; porque incluso puede llegar a darnos algo que nos falte en nuestra pareja, permitiéndonos así continuar con ella al mismo tiempo, sin agobiarnos.

Creo que nuestra sociedad, que tanto presume de moderna y abierta, tiene aún este prejuicio de la fidelidad muy arraigado. Y qué queréis que os diga, me parece una lástima.

Imagen: http://www.peatom.info/negocios/119874/la-cadena-de-la-deuda-puede-estallar/

viernes, 10 de febrero de 2012

La verdadera justicia

No suelo tocar mucho los "temas de actualidad", entre otras cosas porque ya suele haber suficiente gente hablando de ellos por la red, pero hoy voy a hacer una excepción, porque la condena a Baltasar Garzón merece unas palabras.

Antes, una pequeña introducción: Durante todos estos años que llevamos de crisis económica (casi 4 ya), he venido manteniendo que el verdadero problema no es la crisis en sí misma, que falte dinero o trabajo, sino la sensación de injusticia generalizada. Porque en el fondo todos somos conscientes de que las cosas a veces irán mejor y a veces peor; habrá siempre tiempos de bonanza y tiempos de penuria. Si al llegar estos últimos la sociedad frena su progreso económico, pero lo hace de una manera equilibrada, en la que cada cual paga sus responsabilidades y asume una parte de la crisis, de algún modo la situación se hace soportable.

El problema viene cuando constantemente ves a gente desahuciada, gente que se queda en paro con una familia que mantener, gente endeudada de por vida... y en paralelo, bancos que reciben "inyecciones" de dinero, políticos que disfrutan de privilegios extraordinarios y que no pagan los abusos que cometieron al jugar con el dinero público, grandes directivos que se aumentan más si cabe sus ya disparatados sueldos...
Ese es el problema. Porque es entonces cuando el ciudadano se siente, no sólo perjudicado por la crisis (eso resultaría aceptable), sino injustamente tratado, y sobre todo, se siente timado, robado, pisoteado. Es entonces cuando surge la rabia y la sensación de formar parte de una sociedad enferma, injusta, brutal y atrasada. Es entonces cuando uno se da cuenta de que, pese a las diversas revoluciones y progresos de los últimos siglos, en algunos aspectos seguimos en el medievo, con los señores feudales paseando en su caballo, con sus ricas vestiduras, junto a las chabolas de unos ciudadanos empobrecidos y hambrientos.

Y esa justamente es la sensación que tiene uno estos días al leer lo que está ocurriendo con la justicia en España. Podemos enzarzarnos en discusiones bizantinas sobre si las escuchas que ordenó Garzón eran ilegales o no; podemos darle mil vueltas a la ley de amnistía y discrepar sobre si conviene o no investigar crímenes del franquismo. Pero lleguemos a la conclusión que lleguemos, no podemos negar que tanto la condena de Garzón, como la "no culpabilidad" de Camps, como la investigación que está comenzando sobre el juez Castro, proyectan una sombra de injusticia sobre nuestra sociedad.

No sé si Garzón es culpable de ordenar escuchas ilegales; se le están dando mil vueltas estos días a los artículos que tratan el tema, intentando unos y otros encontrar algún resquicio que demuestre inocencia o culpabilidad. No voy a entrar en esas discusiones jurídicas, pero hay algo que sí creo, y es que jamás se hubiera iniciado una investigación contra Garzón si sus acciones no estuvieran perjudicando, por un lado al PP (al intentar condenar a Camps y compañía) y por otro a los antiguos franquistas, cuyos herederos, nadie lo ignora, siguen siendo una parte importante de las élites económicas y políticas del país, muy especialmente dentro del PP, como todos sabemos.

Como se ha venido comentando estos días, el hecho de que la primera persona condenada por el caso Gürtel haya sido precisamente el juez que decidió actuar más decisivamente contra la trama, resulta cuando menos sorprendente. Si a eso se le suma la sentencia de "no culpabilidad" de Camps, lo cierto es que hay que ser muy cándido (o muy pepero) para no adivinar, detrás de todo esto, algún tipo de interés político. Interés en el que el PSOE tampoco va a salir a defender a muerte al juez precisamente, puesto que ya les jodió a ellos también cuando el caso GAL, metiendo en la cárcel nada menos que a un ministro socialista, entre otros. Garzón está, por tanto, indefenso políticamente, puesto que los gritos de algún grupo minoritario como IU apenas sirven de nada.

¿Y no resulta sorprendente, por otro lado, que en el juicio contra la trama que protagonizan Urdangarín y Jaume Matas (curiosamente también del PP), se estén dando tantas vueltas de tuerca para que todo acabe en nada o incluso para que, como en el otro caso, el primer condenado acabe siendo el juez que lo investiga? Se está haciendo lo posible para que, no sólo la infanta Cristina, sino el propio Urdangarín pueda eludir el juicio. Y no contentos con eso, los invisibles tentáculos de las élites político-económicas del país, fuerzan al CGPJ a investigar al juez Castro por... filtraciones. Sí, señores, filtraciones. Estamos ante un escandaloso caso en el que debería actuarse sin contemplaciones para limpiar la política y la monarquía de cualquier corrupto y de cualquier sombra de duda, y la preocupación del CGPJ son las filtraciones. No vaya a ser que se sepa algo inconveniente. Se está actuando a ritmo de tortuga en un caso del que se viene hablando desde hace meses, y en lugar de intentar acelerarlo, lo que se intenta es retrasarlo, contemporizar, buscar maneras de evitar riesgos... y de paso, si se puede, apartar a algún incómodo juez, no vaya a ser que se le ocurra llegar al peligroso fondo del asunto. O al menos asustarlo un poco, para que no llegue a atreverse.

Esa es, lo sabemos todos, la impresión que tiene ahora mismo todo aquel ciudadano que no sea un incondicional de Intereconomía. Y esa sensación de injusticia hace, no ya que la gente desconfíe de la justicia española (cosa que ya pasaba) sino que la desprecie y la odie, que la considere un brazo más de la corrupción; que se considere al Tribunal Supremo o al CGPJ unos meros monigotes, no ya de la clase política, sino de los más corruptos de esa clase política. Y eso, señoras y señores, es mucho, mucho más grave que cualquier escucha o cualquier filtración.

El objetivo de la justicia no es buscar resquicios legales para condenar a un juez por unas escuchas probablemente necesarias; ni apartar de un caso vital a quien parece ser el único capaz de llegar al fondo del mismo, sólo porque algunos datos hayan llegado a la prensa. El objetivo debe ser siempre que el ciudadano se sienta seguro, se sienta miembro de un "estado de derecho", esa expresión nuestros políticos repiten tantas veces como las que la pisotean. Si el ciudadano se siente desprotegido, si cree que la justicia es en realidad un órgano al servicio de la mafia, entonces todas las otras cosas, por muy ajustadas a las leyes que estén, no sirven de nada, e incluso pueden ser, en realidad perjudiciales.

Imagen: http://cesarcabo.blogspot.com/2012/01/justicia-de-corral.html