viernes, 19 de agosto de 2011

El nuevo mundo

España siempre ha sido un país anticuado, cerrado. Nunca hemos sido modernos, vanguardistas, emprendedores, revolucionarios. Nos cuesta cambiar. La inercia, el inmovilismo y el miedo a la novedad son rasgos de nuestro carácter, desde los tiempos más remotos. De ahí que nuestro país siempre haya estado relativamente atrasado, respecto a sus vecinos europeos.

España estuvo a la altura de estos vecinos durante el siglo XVI. Éramos entonces poderosos, y nuestro desarrollo cultural y científico no se distinguía mucho del de los demás. Incluso habíamos dado una muestra de audacia patrocinando la expedición de Colón a América, atreviéndonos a conguistarla, y financiando también la increíble aventura de Magallanes. Estábamos, incluso, un poco por delante.

Pero, ay, llegó el siglo XVII y ya las cosas se empezaron a torcer. De nada nos sirvió haber descubierto el Nuevo Mundo. Mientras el Norte de Europa se iba liberando del pesado yugo católico, merced a las nuevas ideas de Lutero, España comenzaba a adquirir ese carácter inmovilista que, ya para siempre marcaría nuestra manera de ser. La Iglesia, uno de los más oscuros poderes de la Edad Media, seguía teniendo en nuestro país un enorme peso, mientras los protestantes reducían su influencia y su protocolo, aunque sin desembarazarse de ella aún. A todo esto siguió la Ilustración, y los filósofos franceses e ingleses iluminaron al mundo con nuevas maneras de pensar, mientras en España se rezaba y se evitaba el progreso de las ciencias y la filosofía. Llegó el siglo XVIII, el tiempo de la Revolución Francesa, y con él los europeos vieron que era posible desembarazarse de la monarquía. Con Napoleón, la influencia francesa se extendió por toda Europa, y aunque finalmente fue derrotado, las ideas revolucionarias quedaron.

Es entonces, ya en el siglo XIX, cuando surge un intento de romper con la España inmovilista. Los defensores de la constitución y de las nuevas ideas, intentan romper con la tradicional España anquilosada, casi medieval que les rodea. Pero tres siglos de inmovilismo son mucho tiempo, y ni los poderes ya establecidos están dispuestos a ceder, ni el pueblo tiene aún la cultura suficiente para rebelarse. Es entonces cuando surgen las dos españas, la que intenta cambiar y ser moderna, y la que intenta seguir anclada en las viejas tradiciones. Esa lucha sigue vigente en nuestros días, y constituye, en realidad, lo más característico de nuestra vida social y política. La famosa Guerra Civil es el acontecimiento en el que más vivamente se ha plasmado esa lucha.

Lamentablemente, la españa conservadora, católica, caciquil, rancia, siempre ha acabado saliéndose, más o menos, con la suya. Por diversas razones: con Fernando VII, gracias a los Cien Mil hijos de San Luis. Durante la Guerra Civil, por la ventaja militar de Franco y el apoyo decidido de las potencias fascistas, frente a la indiferencia de las democracias occidentales. En muchas otras ocasiones, como las dos repúblicas, por la incompetencia y sectarismo de la españa progresista, dividida y sin un rumbo claro. Lo cierto es que, por mucho que la españa progresista parezca a veces hacerse un hueco, en el fondo siempre se mantienen instituciones antiguas para "no molestar" a la españa conservadora. De ello hay muchos ejemplos.

Al llegar la democracia, tampoco desapareció la dualidad española, sino que políticamente se dividió en las dos grandes fuerzas políticas, que, supuestamente, representan a las dos españas (a grandes rasgos, claro). Pero en el fondo, la españa conservadora sigue manteniendo, una vez más, la herencia de su eterno poder. Lo vemos en muchos aspectos. Uno de ellos es, por ejemplo, que tenemos un rey. ¿Por qué tenemos un rey? Dirán algunos que porque así lo votaron los españoles, al aprobar la constitución del 78. Pero lo cierto es que lo tenemos porque así lo decidió Franco. A un viejo dictador de la españa rancia, no le entraba en la cabeza que tras su muerte quedase una república. Así que le dejó el país a un rey. Algo lógico para un viejo conservador, como Franco. Y como el rey "venía en el pack" de esa constitución, que no era sino un acuerdo de mínimos entre conservadores franquistas y progresistas democráticos, pues la gente dijo que sí a todo junto, y tragó. Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, con un borbón como jefe de estado.

Pero la monarquía es sólo una de las viejas herencias medievales. ¿Cuál es la otra? Evidentemente la Iglesia. Se dice que ha menguado mucho su poder, pero estos días estamos comprobando, una vez más, la enorme influencia que aún tiene. Vemos cómo un gobierno presuntamente progresista y defensor del estado laico, se pliega a las necesidades del papa, poniendo dinero, en plena crisis económica, para facilitar el encuentro de las JMJ. No sólo eso, sino que se preocupa de que la policía tenga bien controlados a quienes no apoyan esta sumisión, y que se les dé la menor difusión posible. Ni un solo miembro del partido en el gobierno ha puesto en duda la bondad de tal sumisión. ¿No es sorprendente?

En realidad no, puesto que ya conocemos la disciplina de partido. Seguro que muchos están en desacuerdo, pero no se atreven a abrir la boca. Por otro lado, la enorme influencia de la Iglesia es a veces invisible, pero no por ello menos poderosa. Importantes empresarios españoles están ligados al Opus (¿recuerdan por ejemplo a Ruiz Mateos? ¿o a Joan Gaspart?), las escuelas de negocios de las que salen muchos de los más importantes directivos, también tienen lazos con la Iglesia (IESE es del Opus, ESADE de los jesuítas). A todo esto añádase el peso político de los representantes de la españa conservadora (PP, CiU...). Al final, el peso de la Iglesia acaba siendo enorme, por mucho que de cara a la galería se presuma de independencia entre estado y religión.

En otras épocas, los ciudadanos hubiéramos agachado simplemente la cabeza ante todo esto. "Qué le vamos a hacer", "Ya sabemos cómo son estas cosas", hubieran sido las frases más repetidas. Por suerte, desde el 15 de mayo, el país ha cambiado. Sí, parece increíble, pero en tan sólo tres meses, ese país conformista, acostumbrado al inmovilismo, a callar, a aguantar, a resignarse, poco a poco se va desperezando y va aprendiendo a decir "no", a decir "hasta aquí hemos llegado", o por lo menos "no nos vamos a callar". Por eso anteayer, unos cuantos ciudadanos salieron a protestar por este último episodio de sumisión, que no es más que el último eslabón de una cadena que dura siglos; una cadena a la que no queremos añadir más eslabones.

Por supuesto, ya sabemos cómo acabó todo: la policía, sin duda aleccionada por los políticos, arremetió contra los manifestantes, y al final hubo heridos y detenidos. Ni una sola imagen de los manifestantes realizando actos de violencia; montones de imágenes de la policía cometiéndola. Y sin embargo, el gobierno dice que fue "lo correcto", y los medios de la españa conservadora incluso claman que no se hizo nada. Pero todas estas cosas no consiguen sino hacernos ver la importancia de seguir elevando nuestra voz, de no callar. Porque si callamos, ellos ganan. Ganan las porras, ganan los políticos sumisos, ganan los curas que manejan el poder desde los pasillos, ganan los de siempre, lo que siempre han tenido este país anclado en el pasado, atrasado, inmovilista, anticuado. Y no debemos permitirlo. La Edad Media en España ya dura demasiado. Y nosotros, como Colón, queremos acabar con ella, abriendo este país a un nuevo mundo.

Imagen: http://hablacontusamigos.blogspot.com/2009/10/octava-parte-seguimos-floteseguimos.html

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